Necesidad de una documentación
1. Libros bonitos, sí… pero…
El uso del manual escolar está universalmente extendido en nuestras clases en Francia.
Todo el mundo está de acuerdo en reconocer que los manuales escolares lanzados actualmente al mercado por las editoriales tienen en general una hermosa presentación y están embellecidos por bonitos grabados, hermosas fotografías y colores variados. Los autores se esfuerzan en hacer que su contenido sea menos árido que antes y suelen estimular la actividad de los niños.
Sin embargo, no parece que estos manuales sean suficientes para dirigir una clase, cualquiera que sea el método pedagógico empleado.
En primer lugar, no todos los libros de texto tienen un valor pedagógico indiscutible. Muchos de ellos sólo han sido «rejuvenecidos»… a veces con un simple cambio de cubierta.
Puesto que son muy caros, no siempre es posible sustituir los que se quedan anticuados. Por otra parte, algunas de las nociones presentadas se vuelven anacrónicas con gran rapidez, por ejemplo en geografía o en ciencias.
Observándolos atentamente, podemos darnos cuenta incluso de que muchas veces ciertas enseñanzas están presentadas de una manera que está claramente en contradicción con las instrucciones oficiales.
Queriendo ser completo, el libro de texto es con demasiada frecuencia una serie de resúmenes, de abreviaciones indigestas. Los numerosos cuestionarios que contiene contribuyen a hacerlo todavía más árido para el niño porque globalmente el trabajo le parece irrealizable. Entonces, el maestro necesita un gran sentido pedagógico y una experiencia de muchos años de clase para saber escoger lo que conviene a sus alumnos, para abandonar una buena parte del contenido, en una palabra, para no ser esclavo del manual.
Ese contenido, que pretende ser válido para todos los escolares de Francia, está casi siempre inadaptado a tal clase, a tal alumno en concreto. Ello hace que la utilización del manual sea muy difícil, o incluso imposible. Los ejercicios que siguen a cada lección están asimismo inadaptados en muchas ocasiones a los alumnos a los que se dirigen porque están escritos en un vocabulario complejo, y presentados en una forma quizá racional para un espíritu adulto pero que desorienta a los niños.
De hecho, el niño que, a pesar de todo, se interesa por las páginas científicas, geográficas o históricas de las buenas revistas infantiles, se aparta de sus libros de texto, y los mismos educadores, a medida que adquieren experiencia, utilizan cada vez menos los manuales, cuando no los abandonan completamente.
Aún podríamos encontrar otros defectos a los manuales escolares.
Haciendo un análisis sistemático del conjunto de los programas de cada curso, el libro no tiene en cuenta en absoluto las dificultades de comprensión variables en cada sección del programa. El libro presenta una progresión continua, aparentemente racional, pero que en la práctica enseguida se desfasa con respecto al ritmo de asimilación de los niños. 2
En algunos casos, el libro no sirve para nada, por ejemplo para el estudio de la geografía y la historia locales, y sobre todo cuando el niño formula preguntas —y al ritmo de la vida moderna, cada vez hay más preguntas que hacer.
Por bueno y completo que sea, un libro de texto nunca puede aportar respuestas a todo lo que la actualidad —cuyos ecos resuenan en la puerta de la escuela, y que no pueden ignorarse— comporta de «¿por qué?», «¿dónde?» y «¿cómo?».