Este es un libro para educadores. Para los educadores que no hacen profesión de serlo, pero conforman nuestra sociedad, para quien trabaja en la mina y para el directivo de la empresa, para quien confecciona un periódico y para quien nos hablas desde la radio. La responsabilidad de educar no se ciñe a la escuela. el libro pretende implicarnos a todos. La construcción social, desigual y descompensada, la hemos hecho entre todos. entre todos hemos de compensarla. Educar para compensar, compensar educando es más que un programa, es un reto.
PRÓLOGO
En los tiempos que corren, Paco Lara, el autor de esta obra, tiene una desventaja: no es un profesional. Es decir, no es un «profesional al uso», de los que la vida pública española va teniendo buen acervo y que, como él mismo señala en la pág. 57,tienen el sentido del poder como propiedad y no como servicio.
Afortunadamente, el autor es algo más que un mero «profesional »; por eso, en vez de cultivar la tecnocracia neoliberal a la moda (sobrevivir en el poder es más importante que ejercer el poder mismo) nos deleita con un discurso utópico (que no es iluso) en el que vuelven a enunciar algunas verdades del banquero:
— una educación que no siente las bases para un cambio estructural no es más que continuismo (pág. 24).
— en todo sistema educativo se siguen dando la paradoja de que aunque se seleccione según aptitudes, la selección favorece siempre a las clases más altas (pág. 27).
— la escuela no puede ser productora de igualdad en una sociedad desigual (pág. 67).
— la escuela como institución es perfectamente razonable una vez que entendemos quién la maneja y quién controla los fondos públicos que la sostienen (pag. 69). Et sic alia…
Nuestra escuela convive con estas y otras contradicciones que no cesan de formularse, pero que persisten tozudamente porque no existe ya pensamiento radical ni poder político que lo sustento.
Compensar es corregir con racionalidad y humanidad la injusticia que el libre juego de las fuerzas sociales, culturales y económicas reproducen y exacerban, haciendo más poderoso al poderoso y más miserable al miserable. No está de moda hablar de las clases sociales. Pero existen; la sociedad dual lo confirma.
Los datos que se aportan en la obra sobre el fracaso escolar, 1o por conocidos son menos escandalosos, como es implacablemente escandalosa, por sencilla, la pregunta de si en el colegio del Pilar de Madrid se hace integración de gitanos o la afirmación de que en ocasiones el mejor bien que proporciona la escuela es la comida («primum vivere. .. » )
Es verdad que la LOGSE es una buena ley para muchos ciudadanos… más no para todos. La esperada Ley de Compensación social se ha quedado, esperemos que de momento, en el tintero. Debería ser la misma ley pero se prefiere discutir «del DCB, del currículo abierto, del currículo oculto, etc., y no plantear algo tan necesario como cuál es el objetivo de la escuela» (pág. 26).
Lo paradójico es que en multitud de ocasiones se segrega compensando. Se establece una red paralela que sanciona como objetiva la marginación; la sociedad segrega a unos cuantos, los excluye, los sitúa delante de st Y luego los ayuda… pero no los acerca a sí, no los integra, no los convierte en suyos. Eso sí, la buena acción de cada día ya está hecha y la conciencia biempensante, tranquila. La cosa está en que los destinatarios de la educación compensatoria no son «la gente guapa», los «yuppies», sino «esos desperdicios que genera la sociedad avanzada» (pdg. 177), esas personas para las cuales, según Russel, un mundo de soledad, pobreza y dolor convierten en una burla lo que debería ser la existencia humana.
Desde este punto de vista, la visión del libro es crítica, realista Y esperanzada y tiene el sentido común de no llegar a conclusiones, lo cual no impide su esbozo.
Pude convivir con el autor en los tiempos de la Dirección General de Promoción Educativa, aquellos días en que, tras visitar bastantes de los programas de Educación Compensatoria, entre ellos el del Pozo del Huevo, concluí que explicar Filosofía de COU en un Instituto de Madrid era un lujo asiático y un privilegio al alcance de muy pocos.
Estas y otras son las razones que justifican un prólogo apasionado, porque un asunto como el de este libro no puede abordarse sólo desde la fría razón.
José Segovia